Todos lo queremos, pero todos lo tememos: el cambio.
Hay muchas frases y pensamientos asociados al cambio, y una de las más comunes es que el cambio siempre genera resistencia. Y es cierto. Pero también es cierto que no es lo único que genera en una organización; en realidad, el cambio genera emociones organizacionales que nos permiten identificar hasta siete etapas desde que se inicia el proceso de cambio, hasta que se consolida dentro de una organización.
Los líderes de las organizaciones y aquellos que impulsan cambios dentro de las empresas, son personas acostumbradas a enfocar su talento y esfuerzos a las finanzas, a la tecnología, a los clientes, a los sistemas, a los productos y a los servicios; y entre más grande y compleja sea la organización, los detalles de la administración del talento y las personas son delegados a los mandos medios. Durante un proceso de cambio, eso es un error, el liderazgo formal e informal de las organizaciones tiene que enfocar su talento y esfuerzos a gestionar el cambio, y eso en realidad quiere decir que deben gestionar las emociones que el cambio genera.
La primera emoción es la preocupación, sí, aún cuando el cambio no ha sido formalmente anunciado, los colaboradores, y hasta los clientes y proveedores, se dan cuenta que algo traman, que están sucediendo cosas dentro de la organización que hacen ver que un cambio está gestándose o, en el peor de los casos, un cambio es necesario para la supervivencia de la organización; lejos de evitar esa preocupación, es recomendable que se motive, que el liderazgo de avisos suficientes como para que la organización esté preparándose emocionalmente para lo que se avecina. En otras palabras, el cambio se siembra poniendo la semilla de la preocupación.
La segunda emoción es fuerte, se detona cuando el cambio se anuncia formalmente, y deja a los colaboradores en un estado de shock, aquello que apenas imaginaban, ha sucedido, y sienten miedo, un miedo a lo desconocido, y poco a poco ese miedo se multiplica en formas más cercanas: miedo a perder el trabajo, miedo a no ser capaz de hacer lo nuevo, miedo a quedar obsoleto, miedo a los que vienen, miedo a jubilarse antes de tiempo, a perder el poder, a perder influencia; en fin, miedo al cambio. El liderazgo no tiene opciones distintas a proporcionar hechos e información que avalen el cambio, y acompañamiento, mucho acompañamiento.
La tercera emoción es irritación, malestar, enojo; es precisamente lo que llamamos resistencia, ese enojo hace que los colaboradores actúen en contra del cambio, poco a poco lo que inicia con uno, se contagia a varios y, en el peor de los casos, a la mayor parte de la organización, se accionan planes para descarrilar el cambio, unas conscientemente y otras sin saberlo; el liderazgo de la empresa se enfrenta a una encrucijada de tres salidas, la primera es autoritaria, casi dictatorial, es decir, el mensaje es que el cambio pasa porque pasa, y que aquellos que no lo deseen pueden pasar a retirarse o ser retirados; no es una opción bonita ni sencilla; la segunda opción es rajarse, dar marcha atrás, a veces de forma completa y otras de forma escalonada hasta encontrar un lugar en donde la resistencia parezca disminuir; tampoco es una opción correcta, después de todo, el cambio era necesario, y si se declina a lo necesario, las consecuencias no son a favor de la empresa; la tercer opción es más lenta, requiere más trabajo, pero es la única efectiva, y es optar por reconocer las emociones por las que pasa la organización, y subir al barco del cambio a todos los posibles haciéndolos parte de la solución, es momento de aprovechar el talento de todos, en especial de los más reacios al cambio. Cada uno de ellos siente que se le ha generado un problema, o varios, y reconcoerlos, entenderlos y resolverlos es una buena forma de impulsar el cambio.
Conforme se involucran en las soluciones a los problemas que genera el cambio, pasan a la cuarta emoción, la frustración que genera la aceptación racional del cambio, cuando se se empiezan a ver los beneficios del cambio, y uno se sabe con pocas herramientas para ejecutarlo; poco a poco van descubriendo que no es para tanto, que aquello que temían, en realidad los ayuda a ser una mejor organización, y mejores profesionales, el deseo de aprender a funcionar en esta nueva organización va tomando prioridad hasta que cada uno de los colaboradores va haciéndolo suyo. Y pasa, se llega a la quinta emoción, aparece la aceptación emocional con un dejo de nostalgia por lo anterior, aquella organización que existía ya no es, ahora se tiene una nueva que es mejor, pero se recuerda con cariño la de antes.
Así llegan a la sexta emoción que es la curiosidad, un entusiasmo de ver y ser partícipe de lo nuevo se va instalando, la organización ya está totalmente en modo sí, los colaboradores proponen y disponen de su talento, tiempo y esfuerzo enfocándolos a la nueva organización, están ya a punto de lograr consolidar el cambio, y así llegan a la confianza, esa última emoción en donde los colaboradores y el liderazgo no sólo confían en poder alcanzar sus nuevas metas, sino, más importante aún, existe una confianza entre ellos que les permite afrontar nuevos retos, y con ellos, nuevos cambios.
Es momento de empezar sembrar de nuevo la preocupación y volver a empezar.