Juan Bautista de la Salle murió en 1719 y aún tenemos la educación organizada de forma muy parecida a lo que él imaginó y utilizó en sus escuelas. Liebnitz y Newton vivieron también por la misma época y crearon el cálculo; hoy es quizás lo más avanzado en matemáticas que se enseña en las universidades a los ingenieros.

Es obvio que el mundo ha cambiado, pero también es obvio que la forma en la que educamos no ha cambiado prácticamente nada; las escuelas, los horarios, la partición en grupos por edades y hasta por género aún son práctica común; la secuencia de materias y las herramientas de trabajo de un docente y estudiante también siguen siendo casi las mismas; con evolución por supuesto, pero en escencia seguimos educándonos de la misma manera: como robotitos en serie y cada grado que subimos, nos especializamos aún más y más. Todavía.

La última frontera de la educación está en donde inicia el trabajo; es decir, nos educamos para obtener un empleo, y después nos seguimos educando para conservarlo o para conseguir otro. Tiempo atrás ha quedado la idea altruista de educarnos para contribuir al desarrollo de nuestra comunidad, muy atrás ha quedado la curiosidad por aprender cómo funciona el mundo, o las personas, o la naturaleza; muy lejos, allá tras la penumbra de los siglos se quedó la formidable idea de estudiar para trascender; no, ahora estudiamos para poder trabajar y percibir un salario, casi nunca acorde a la preparación.

Y ¡vaya que necesitamos cambiar el sistema educativo! Mi deformación profesional me obliga a ser disruptivo, pero entiendo bien que con la educación las cosas podrían cambiar mejor de a poco primero. Reformas van y reformas vienen, maestros nuevos salen de las normales, y maestros viejos se jubilan, pero esa cantaleta de que la educación conseguirá resolver todos nuestros problemas yo ya no me la creo, ya no es el tiempo de la educación como la conocemos, es el tiempo de la educación como mera herramienta para hacer empresa, para que cada uno de nosotros genere su propia riqueza; ya no es tiempo de hacer en serie empleados, sino en personalizar la fabricación de emprendedores y empresarios.

En este concierto tecnológico de música electrónica y genómica, los mexicanos estamos llegando con nuestra flauta de carrizo y desentonamos, por más bonito que suene y por más creatividad que le pongamos a la fusión de lo antiguo y tradicional con lo nuevo, nuestras notas serán cuando mucho el relleno de la pieza; pondré apenas un ejemplo sencillo: a los niños que ya saben sumar, restar, multiplicar y dividir, a esos que ya se les ha enseñado, y han aprendido, esas operaciones básicas, se les impide usar calculadora en clase, dizque porque en algún momento de su vida futura estarán en una situación donde no tendrán su calculadora y no podrán resolver una simple suma. ¡En qué remoto planeta vivirán esos chicos donde no habrá calculadoras???? O sea, a los chicos, en este caso, se les educa para sobrevivir en un entorno de excepciones, y no para el entorno natural en el que vivirán.

Mientras escribo esto pico un botón y pregunto “¿cuánto es 4×3+8?” y en menos de un segundo mi teléfono da la respuesta en la melodiosa voz de la asistente virtual que está siempre atenta, y eso que aún no estoy en ese futuro tipo edad media del que hablan los maestros renuentes a la utilización de la tecnología como herramienta de trabajo y aprendizaje. ¿cuánto tiempo más tendremos que perder para que la tecnología represente una verdadera herramienta en el proceso educativo?

Mientras en las escuelas los chicos van a aprender cómo funcionar en la industria de la manufactura, en el mundo va avanzando más rápido que la velocidad de la luz el Internet de las Cosas y la Industria 4.0; en pocas palabras, vamos que volamos al mundo de la maquinofactura, o sea, la producción exclusivamente hecha por máquinas; la Medicina Personalizada detonada por la genómica y nanorobots hacen pensar seriamente si en el futuro necesitaremos médicos y hospitales; los nanomateriales obligan a (re)diseñar las estructuras con las que construimos y fabricamos no sólo edificios y puentes, sino también miles de productos y servicios; la autonomía de los autos ya no se queda ahí, sino que permite vislumbrar la autonomía de casi todo tipo de máquina, y la energía limpia desaparece de un plumazo todos los empleos y oficios de la industria energética basada en combustibles fósiles, esa industria es ya un fósil en sí misma.

Y en la escuelas seguimos entrenando y deformando a nuestros estudiantes precisamente para todas esas profesiones y oficios que ya han muerto, aunque aún anden caminando. Me da mucha tristeza y coraje saber que lo único que tenemos que hacer según el experto en educación mexicano sea “ler“, y que así todo saldrá bien; ¡No, no y no! No basta con leer y con ir a la escuela, hay que ser valientes y desaparecer la escuela tal y como la conocemos, ¿qué les parece que nos pongamos disruptivamente destructivos?:

Por ejemplo, una escuela de sólo tres grados, primaria, secundaria y preparatoria; donde los estudiantes aprendan y convivan entre ellos, sin importar la edad, cada uno aprendiendo a su tiempo y momento de desarrollo y no de acuerdo a su edad cronológica; y sin líneas curriculares, donde los contenidos sean el pretexto para desarrollar habilidades y no cajitas seriadas en secuencias tontas como español 1, 2, 3; así cabría la posibilidad de que los niños aprendieran cosas de comunicación como asertividad; ya entrados en gastos, ¿qué les parece algo así como “se vale copiar“? Sí, copiar, pero con la condición de argumentar y mejorar y contrastar; después de todo así funciona la vida, es un copy-paste-mejorar, ¿o no? La imitación no es mala, lo que lo hace malo es hacerlo pasar como original o propio, al menos en la vida real. ¡Y sí! Aprovechando que nos hemos metido a cambiar, ¿haríamos mucho daño si otorgáramos títulos no por lo que saben, sino por lo que son capaces de hacer con lo que saben? Así daríamos por ejemplo el grado de ingeniero a quien ha diseñado una pieza original para un componente aeroespacial, o aquel que ha mejorado el proceso de ventas de una empresa, o para el que ha tramitado y obtenido una patente, o a la chica esa que ya tiene su propio negocio y ha contratado a su primer empleado. ¿Por qué tener a los niños sentados todo el día calladitos y autómatas, pericos y expertos de la repetición? Sumémosle al se vale copiar, un “se vale jugar“. ¿Y si en vez de enseñarles respuestas, les enseñamos a preguntar? ¿Si en vez de hablar, les mostramos cómo escuchar y observar?

Ya basta de dar títulos a personas que saben mucho, pero que no son capaces de hacer nada con lo que saben.

En realidad estas ideas no son ni nuevas ni mías, y tampoco son las mejores ni las únicas; mi intención es mostrarles que hay muchas maneras de matar una mosca, y que la que estamos usando para educar ya no sirve; no sólo es arcaica y obsoleta, sino que es dañina y contraproducente; responde a necesidades de un mundo que ya murió y del que sólo queda el cadáver

¿Ven para dónde voy? A un mundo educativo más útil, sí, necesitamos que la educación sea útil, que sus resultados sean más empleo, más riqueza, mejor calidad de vida, un planeta más sano, una sociedad más justa; es decir, que logremos pasar del saber al hacer; y el modelo actual simple y sencillamente ha fracasado, no importa cuánto lo parchemos (reformemos, pues); no, no son parches lo que necesita el sistema y el modelo educativo, lo que necesitamos es cambiarlo por otro diferente. Seguir por el mismo camino es seguir caminando el camino del fracaso.