Les contaba yo anteriormente que los Relatos del futuro que ya llegó fueron dándose poco a poco, primero en mi cabeza de una forma desorganizada y aleatoria, y posteriormente ya de una forma ordenada; yo quería tomarme mi tiempo y, la verdad sea dicha, no pensaba publicarlos juntos en un libro; sin embargo, uno propone y los hijos disponen.

Resulta que mi hijo pequeño, Sebastián, hará un viaje de estudios este año, uno muy ambicioso y con la promesa de ser una extraordinaria experiencia; conforme se ha ido acercando la fecha, se ha ido poniendo un poco nervioso y quiere ayudar al financiamiento del costo del viaje, se ha ofrecido como voluntario a realizar actividades y una de ellas, propuso, podría ser vender mi anterior libro y quedarse con una comisión para sus gastos; yo hice una contraoferta, le regalaría un libro nuevecito para que él lo vendiera y así se ayudara a financiar su viaje. Cuando supo que sería algo de ciencia ficción, sus ojos brillaron de forma diferente, supongo que él pensaba que sería algo aburrido, como nosotros los adultos.

¡Nunca supe en la que me había metido!, hasta que lo tuve todos los días motivándome, no pasaron muchos días en los que se convirtiera en mi editor en jefe, todos los días me hacía una simple pregunta detonadora: ¿Ya escribiste algo hoy? Si mi respuesta era negativa o evasiva, ponía su cara dura y desaprobaba con la cabeza; a sus trece años puede ser un jefazo en toda la extensión de la palabra; y ahí iba yo corriendo a tomar la computadora e intentar escribir algo, aunque fuera un poco; si la respuesta era afirmativa, sonreía y aplaudía premiando el esfuerzo, ¡Bien, papá! Mándamelo para revisarlo. Sí, mándamelo para revisarlo, igualito que un editor. Estaba sobre mí hasta que lo tenía en su buzón y se ponía a leer los avances. Sus críticas eran parcas, muy lacónicas, pero certeras, y claro, en un idioma muy contemporáneo, frases como “te saliste”, “la aplicaste” o “no manches” se convirtieron pronto en parte de mi léxico literario, tuve que aprender su significado y a navegar por su joven intelecto con mi barca de la imaginación; fue una dura prueba. Quiero pensar que superada.

Luego, llegó la validación técnica, y ahí entró mi otro editor, el mayor. Santiago es un ingeniero muy pulcro, muy enfocado en el marco de lo posible, y sus comentarios y observaciones me ayudaron a poner los pies sobre la tierra; sus datos técnicos y su información me fueron dibujando las fronteras que separan lo posible de los sueños guajiros. Fue uno de los primeros lectores, tuvo que fumarse todo en modo borrador, en trazos rápidos y bosquejos incompletos para irle dando dirección al entorno tecnológico que pretendía yo construir. También, un editor implacable, pero certero. Sus críticas eran casi siempre técnicas, “para eso hace falta que tal o cual cosa haga esto otro”, “esto está muy bien, fulanito ya lo hizo en tal parte”, “eso que pusiste aquí no va a ser posible… pero esto otro sí, en tantos años”; no me digan que cada una de esas frases no es un aterrizaje forzoso.

Por último, Esteban, mi otro hijo, quien es en realidad un as para interpretar el mercado real, hizo las últimas lecturas, me dio opiniones que ayudaron a darle un poco más de sutileza y ambiente a las historias, quitarle lo áspero, por decirlo de alguna forma; fue muy amable y cuidadoso en sus comentarios y sugerencias, sabía que ya estaba en las últimas etapas y supo que ya no cambiaría mucho en ese momento, pero, y este es un gran pero, me destrozó con los diseños de la portada y contraportada que había preparado; literalmente me hizo pedazos. Y tuvo razón. Ahora que veo el diseño que hemos decidido utilizar, entiendo sus comentarios y ahora sé que siempre tuvo la razón. Otro editor implacable; no cejó en su esfuerzo por lograr que fuera un diseño limpio, moderno y que dijera mucho con poco. Y creo que lo hemos logrado. Literalmente le sacó petróleo a las piedras porque yo tengo de diseñador lo mismo que de astronauta.

En la publicación del libro hay un propósito adicional, claro está, al de compartir mi visión del futuro y de suavizar un poco los temores naturales que el humano tiene respecto a la tecnología; ese propósito adicional es el de ayudarle a mi hijo a tener la oportunidad de hacer realidad su sueño de viajar y representar a su escuela. Desde su publicación ha estado visitando casas, puerta por puerta para venderlo y así cumplir su parte del trato.

Publicar un libro así, participando y colaborando con mis hijos, es una experiencia más que me hace decir que mi vida no ha valido la pena, sino el placer de vivirla. Yo compro el boleto otra vez.