Consultor · Conferencista · FACILITADOR

Innovador · Autor · Imaginador

Bots

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Durante el trayecto había estado leyendo los últimos reportes de ventas del nuevo producto, no le habían gustado nada. La tendencia al alta era demasiado lenta y amenazaba con colapsarse al menor embate de la competencia.

–           Es cuestión de tiempo, así son estas cosas, al principio se mueven lento…pero los comentarios en redes son muy buenos, casi todos han dado like y muchos han compartido el video que subimos hace unos días.

–           ¡Me vale madres lo de las redes! Lo que yo quiero es que haya conversión, que compren y ya. ¡No sé por qué no se dan cuenta que la nómina no se paga con likes, chinga’o!.

Terminó la video llamada dejando a todos los del otro lado con cara de desesperación. Seguro no podían entender que no entendía.

El auto se desplazaba con toda normalidad, sin embargo, echó un vistazo sobre el volante y los indicadores primarios de la pantalla por si las dudas. Todavía no se acostumbraba del todo a que el auto se condujera solo, pero tenía que reconocer que le gustaba. Sí, le gustaba poder leer mientras iba de un lugar a otro, le permitía aprovechar mejor su tiempo, no es que antes no lo aprovechara bien, era sólo que ahora sentía que podía hacer más cosas.

– Verifica si Andrés ha llegado ya a casa y comunícame con Graciela por video.

Iba solo en el auto, pero se pudo escuchar la voz de la asistente virtual informándole que Andrés ya estaba en casa desde hacía 12 minutos y que en ese momento estaba haciendo sus ejercicios de la tarde.

– ¿Quieres que te diga sus números?

Le gustaba que lo tuteara, desde que la había configurado se había asegurado que lo tuteara, además había conseguido que su tono de voz fuera exactamente el que él prefería.

– No, gracias.

Cada vez que le decía gracias sonreía después. Era algo que no podía evitar. Ser cortés con una máquina podía ser una conducta rara, sobre todo en un ejecutivo como él, pero no le importaba, así lo habían educado y así iba a seguir el resto de su vida.

Se descuidó apenas un momento para mirar por la ventana lateral a un par de ciclistas que pasaban a su lado en una de esas bicicletas dobles, muy vintage, pero eléctrica, ambos iban mirando sus móviles muy entretenidos mientras la bicicleta usaba toda su energía disponible para moverlos de un lugar a otro. No pudo dejar de sonreír con algo de desprecio, no se explicaba cómo es que había personas que salían en bicicleta, pero sin pedalear ni un sólo metro, se le hacía un contrasentido; para él, las bicicletas eran primero para hacer ejercicio, y luego para disfrutar el paisaje; pero ahora era común ver a los ciclistas muy cómodos sentados y mirando la pantalla de sus móviles, ni ejercicio, ni paisaje. Se rio porque se acordó de cuando cayó en cuenta lo absurdo que era ir al gimnasio en carro para ponerse a caminar en una estacionaria. Desde entonces había sido un poco más exigente con su forma de ejercitar, se lo tomaba bastante en serio.

Escuchó la voz de Graciela antes de que la pudiera ver en la pantalla del automóvil, era una voz suave, siempre que la escuchaba sus revoluciones bajaban y podía sentirse bien; así, bien, como suena, sin ningún otro adjetivo que lo distrajera de lo bien que se sentía cuando la escuchaba.

–      Hola, mi amor, ¿cómo va tu día? ¿aún no llegas a tu cita?

–      Hola, hermosa. No, aún no llego, pero todavía no es hora, de cualquier forma, me harían esperar, así es que decidí irme con el tiempo justo.

–      Sabes que podrías haber enviado tus muestras y así no tendrías que ir, ¡pero eres un anticuado!

–      Mmmm… sí, no me gusta andar enviando mis cosas personales, además, así me dan los resultados ahí mismo y el examen es más completo…

–      ¿Estás preocupado? ¡Todo va a salir muy bien! Si no tienes nada…

–      Ya lo sé, pero quiero revisarme, ya no tengo quince años… por cierto, Andrés ya está en casa con sus ejercicios, ¿a qué hora llegas tú?

–      Sí, ya platiqué con él cuando llegó… yo ya voy en camino a casa, he pedido que nos traigan la cena del nuevo restaurant que abrió aquí cerca, dicen que está muy bien… a ver qué sale…

–      OK… yo sólo quería escucharte antes del examen, te llamo cuando salga, ¿ok?

–      OK, nos vemos pronto, y ya quita esa cara de viejo preocupón, vas a salir muy bien. Bye…

No pudo despedirse a tiempo, ella ya había colgado y se quedó con el bye en la boca. Le pasaba seguido, pero no importaba. Ahora ya estaba calmado, las arrugas de su frente se habían suavizado mientras la escuchaba hablar; en sus manos tenía un lápiz, de esos antiguos que ya casi nadie usaba, pero que a él, con lo anticuado que era, le resultaban mucho mejor que estar escribiendo con la stylus en su tablet.

Es cierto que podría dictarle a su asistente, con la última versión podía incluso describirle imágenes y ella las dibujaba, o buscaba alguna imagen que fuera parecida; cuando decidía hacerlo de esa forma, sus notas no sólo quedaban fenomenales, sino que además las podía acceder desde cualquier lado, o mandárselas a su equipo para que continuaran su trabajo. Pero la mayor parte del tiempo a él le gustaba su lápiz y un buen papel.

Cuando andaba en su auto, aún y cuando no escribiera, lo tomaba y se la pasaba golpeteándolo contra su pierna, o dándole vueltas mientras pensaba o miraba al infinito. Era uno de sus tics. Y pensaba quedarse con él. El lápiz y las gracias formaban parte de su personalidad.

Se escuchó un beep, bueno, no un beep tal cual, pero sí el sonido que hacía el auto siempre que quería anunciar algo. Luego se escuchó la voz de su asistente virtual avisándole que estaban a punto de llegar al destino. Guardó todas sus cosas, y se dispuso a bajar, pero antes disfrutó de la maniobra para estacionar el auto. Era lo que más le impresionaba de la conducción autónoma, no importaba lo complicado que estuviera el espacio, si el auto detectaba que cabía, cabía. Lo más interesante era cuando se colocaba de manera paralela al espacio vacío, giraba sus llantas 90 grados hasta dejarlas totalmente perpendiculares y se metía, así, de lado. ¡Y pensar que soñaba de niño con que los autos hicieran eso!

Tomó su móvil y se bajó. La recepcionista lo estaba ya esperando y le deseó buen día, le pidió que pasara al consultorio y lo acompañó hasta la puerta que ya estaba abierta. El dichoso consultorio no era lo que acostumbraba ser cuando él iba con su pediatra, el Dr. Castro, un viejito chistorete que siempre lo hacía sonreír aún y cuando se sintiera muy mal; recordaba divertido como le daba las gracias cuando le apachurraba el vientre o cuando le había puesto su primera y última inyección aquella vez que estaba con una fiebre muy alta. Gracias, doctor. Así le había dicho y el Dr. Castro había soltado la carcajada más sonora que él había escuchado. ¡Habrase visto! Un niño que daba las gracias después de haber recibido un pinchazo nada menos que en la nalga. Ufff… ya había llovido bastante desde entonces.

En este consultorio sólo había un escritorio muy moderno, un par de sillas, una mesa donde se podrían apreciar diversas pantallas semitransparentes y un par de brazos robóticos cuyo metal contrastaba con el cristal de las gavetas que estaban empotradas en la pared. Una pared cien por ciento blanca, blanquísima, impoluta. Tanto que intimidaba.

No había nadie, el doctor no estaba ahí. El doctor en realidad no era doctor, era un ingeniero biotecnólogo o algo así, lo que era seguro es que no era doctor en medicina. Pero estaba a punto de revisarlo, diagnosticarlo y, de ser necesario, curarlo. Todo en la misma sentada.

–      Hola, buen día. ¿cómo le va hoy?

–      Muy bien…

La pausa incómoda de siempre, no sabía si decirle doctor o ingeniero o qué; siempre se sentía raro en este momento.

–      …muy bien… sólo vengo a la revisión de rutina.

–      Sí, ya lo estábamos esperando, tenemos todo listo. ¿hay algo que quisiera agregar a lo que nos envió al hacer la cita?

–      Mmmm… no, lo mismo de siempre, quiero una revisión completa, y si hay algo que deba arreglarse, que se arregle… he despejado la agenda de hoy por si surge algo imprevisto.

–      Ok, no hay problema, seguro que todo estará bien como siempre.

Le molestaba que todos esperaran que estuviera siempre bien, ese como siempre lo sentía como una especie de compromiso, como si fuera su obligación estar siempre bien; pero no, a él no se le olvidaba que ya no era joven, él ya había notado que su fuerza y vitalidad no eran las mismas; sí, hacía sus ejercicios diarios, se alimentaba como se suponía que debía alimentarse y se tomaba los descansos necesarios; pero el tiempo pasaba inexorablemente y mientras lo hacía, se iba llevando un poco de aquí y otro poco de allá. Se sentía bien, pero diferente, cada vez con un poco menos de vida, como si estuviera tomando prestado de más, y temía que luego sus ahorros se fuesen terminando; claro, no eran ahorros, era energía, juventud. Cada vez más veces se sorprendía pensando en sus tiempos; y eso, sumado a que veía menos de lejos, no era otra cosa que el síntoma de que la edad sólo se había ido acumulando sobre sus hombros…le costaba trabajo decir que se estaba haciendo viejo.

Con un movimiento rápido el doctor se había levantado y estaba ya frente al conjunto de pantallas y con un par de vasos en las manos. Ambos tenían ya un líquido transparente, pero con un leve color platino que les daba una brillantez inusitada, el líquido reflejaba más luz de lo normal. Extendió la mano derecha y se lo ofreció.

–      Este es el de la primera fase, la de diagnóstico. Ya sabe la rutina, sólo hay que tomarlo todo y esperar mientras nos va dando los resultados.

Vaciló, no sólo se le notó en la cara, sino en su quietud; se había quedado sentado sin moverse ni un ápice del lugar en donde estaba. Tenía miedo

–      ¡Vamos, no tenga miedo! No le pasará nada, son sólo unos cuantos nanobots de diagnóstico rápido… nada que le haga daño. No sentirá nada….

¡Claro que sentía miedo! Siempre lo sentía a pesar de haberlos tomado ya varias decenas de veces; desde la primera vez le había quedado la duda de que se quedaran en su organismo indefinidamente. Le habían asegurado una y otra vez que no, que todos eran expulsados de forma natural del organismo al realizar las diferentes evacuaciones como todo mundo, pero que en el dado caso de que alguno de ellos quedara, por decir, atrapado en alguna parte de su cuerpo, los anticuerpos lo engullirían y acabarían con él. Le habían explicado que estaban construidos en su totalidad de material orgánico y que no había absolutamente ningún material nocivo. Una vez que terminaban su trabajo, eran desactivados de forma definitiva y a partir de ese momento, no podían hacer nada.

Pero a él lo asustaba meterse al cuerpo todas esas cosas extrañas, por muy pequeñas que fueran; y estos nanobots, según los expertos, eran lo último en la ciencia del diagnóstico; eran unos pequeños robots que se especializaban en viajar por el cuerpo, sí, literalmente viajar por dentro del cuerpo e ir levantando datos de la sangre, de los tejidos, de toda la anatomía por donde iban pasado y enviando toda esa información al exterior para que fuera analizada y desplegada en  todas esas pantallas que estaban sobre la mesa.

Tomó el vaso y, antes de tomar hasta la última gota del torrente de nanobots, inspiró profundamente y cerró los ojos. No los sentía, pero sabía que estaba ahí, los podía ver en las pantallas mientras se iban incorporando según su especialidad a las diferentes partes del cuerpo. Desde el instante mismo en que los tomó, apareció su imagen digitalizada, luego, números y gráficas con colores diversos que iban cambiando rápidamente según lo que se fuera recibiendo.

Una de las secciones tenía información relativa a los niveles de cosas normales como colesterol, azúcar, triglicéridos, etcétera; eso era lo familiar; otras secciones no tanto, en una estaban desplegadas las hormonas principales como la adrenalina y la insulina, que sí conocía, pero nombres como aldosterona o TSH le resultaban complicadas; en otra estaban las enzimas como la ptialina, la amilasa, pepsina… eran muchas. Había otra sección, aún sin datos, que se suponía que debía mostrar las cosas extrañas que se detectaran, cosas que se suponía que no debían de estar ahí, como virus o bacterias, por ejemplo; otra más que mostraba la cantidad de oxígeno en la sangre, la viscosidad de los fluidos, el diámetro de las principales venas y arterias; la conductividad eléctrica de ciertos tejidos, etcétera.

Cada pantalla y cada sección eran una mirada a su intimidad más secreta; se sentía mucho más desnudo que si hubiera estado como su madre lo trajo al mundo en medio del zócalo de la Ciudad de México; sí, eso era, se sentía completa y absolutamente desnudo. Temía que el doctor pulsara el botón para mostrar su imagen tridimensional; a él no le gustaba verse dibujado así en las pantallas, prefería ver sólo los números y nombres; quizás porque así sentía menos la invasión a su persona.

Mientras eso iba pasando, él recordó que la primera vez le habían explicado cómo los nanobots aceleraban su propia asimilación al cuerpo saltando de una zona del cuerpo a otra, colándose por los poros de los tejidos e incorporándose al torrente sanguíneo, por ejemplo, o al linfático, para poder viajar más rápido, pero también para recolectar la información que andaban buscando. Estaban conectados a un sistema central que iba haciendo el trazo tridimensional del paciente en tiempo real y que enviaba las órdenes a cada uno de los nanobots para cambiar de posición, o acelerar, o colarse por algún poro de cualquier tejido. Todavía no alcanzaba a imaginarse lo diminutos que eran si podían traspasar el tejido de las células de su cuerpo, es decir, algunos eran más pequeños que los poros de la membrana celular, y eso, para él, era algo inimaginable. Quizás eso era lo que más le asustaba, ¿y si se quedaba alguno dentro de una de sus células? Ahí no había anticuerpos que lo eliminaran, ¿eso significaba que la célula lo absorbería por sí misma? Después de todo eran orgánicos al 100%. Y si lo asimilaban, ¿podrían entonces modificar la célula y mutarla? Definitivamente, los nanobots no eran sus máquinas preferidas, al menos no cuando estaban dentro de su cuerpo.

Miró la zona especial en donde estaban las secciones de todos y cada uno de los órganos del cuerpo, el corazón, pulmones, hígado, riñones, etcétera. Todos estaban ahí esperando prender sus foquitos de colores; porque de todo lo que ahí aparecía, lo único que le importaba a él eran los colores famosos; iban desde un verde intenso hasta un rojo sangre, pasando por distintas tonalidades de naranja, igual que un semáforo, pero con diferentes tonalidades de cada color. Él sólo buscaba los rojos y los naranjas, igual que con los reportes de ventas; los verdes no importaban al inicio, a menos que ayudaran a corregir o a contrarrestar los efectos de un rojo; pero en la salud, los verdes no importaban, no, cuando uno está bien no hay nada que hacer; es cuando aparecen los naranjas y los rojos cuando uno debe hacer algo.

Mientras los colores iban apareciendo, sólo quedaba esperar; parado o sentado, no hacía diferencia alguna. El doctor estaba ya atento a la información y parecía haberse olvidado de que había ahí otra persona en la habitación; esa persona que estaba él viendo a colores en las pantallas estaba ahí con él, a su lado. Pero no, su atención estaba completamente en las pantallas; de vez en cuando posicionaba su dedo o la mano en alguna sección y la ampliaba para mirar más datos y más información; todo eran códigos alfanuméricos y en los tres colores básicos del semáforo.

Habían ya pasado unos 10 o 12 minutos y las pantallas dejaron de cambiar. En todo ese tiempo, no había habido interacción alguna con el bendito doctor, nada, ni una palabra, ni una mirada. Se había llegado a preguntar si en verdad era necesario que él estuviera ahí, en esa habitación o si podría salir a tomar el aire ahí afuera; recordaba haber visto un par de árboles en el estacionamiento que le pudieran proporcionar sombra mientras esperaba. Extrañaba su lápiz.

–      Pues bien. Ha salido algo diferente esta vez… no es nada para alarmase, pero creo que lo debe saber y decidir si lo quiere tratar de una vez o no.

Le mostraba un par de secciones que estaban en naranja, un naranja más o menos oscuro y que él no había visto; se había quedado perdido en la infinita calma de la espera, pensando en nada; había dejado su mirada fija, sin ver, sin darse cuenta.

–      ¿Qué es eso?

Fue todo lo que pudo decir.

–      Esta son las paredes de las arterias principales, han ido acumulando un poco de vejez, por así decirlo. Es el deterioro normal para una persona de su edad. Pero no se preocupe, no es nada del otro mundo, eso lo podemos arreglar en un dos por tres. Esta otra es la de las células del nodo sinusal y que parece que también han acusado un poco de vejez. Eso también lo arreglamos aquí mismo si usted lo desea.

Lo dijo sin tono, pausadamente, y viéndolo directo a los ojos. Se notaba a leguas que no le daba importancia a la información, sino a la persona; esta vez sí le importaba la persona, el resto eran sólo datos sin importancia.

       – Lo de las arterias lo entiendo más o menos, pero lo del nodo sinusal…

       – No se preocupe, no es nada complicado, pero sí debe saber que es el marca pasos natural del corazón, con el tiempo su capacidad para ir marcando el ritmo se va perdiendo poco a poco; los parámetros apenas se salen de lo normal en su caso, pero el proceso de deterioro ha iniciado y es mejor tomar las medidas en esta etapa y no después, cuando se podría presentar algún tipo de arritmia…

No lo pensó mucho porque ya había tomado una decisión desde que había hecho la cita. Iría al diagnóstico y si hallaban algo fuera de lo normal, haría que lo arreglaran y listo; así se lo había dicho a Graciela y así lo haría.

–      Muy bien. Lo arreglamos. ¿Qué hay que hacer?

–      Perfecto. Deme sólo un minuto y lo arreglamos. Sólo programo los nanobots de la fase dos y listo.

Dicho eso, se volteó, hizo un par de movimientos sobre los naranjas y lo llamó.

–      Ya está; sólo deme su brazo izquierdo… acérquelo a la mesa… descúbrase la piel.

Los brazos robóticos se movieron rápida y precisamente, tomaron una especie de pistola de la mesa, con ella absorbieron el contenido del segundo vaso, y, mientras él iba haciendo caso a las instrucciones del doctor lo inyectaron sin que él sintiera absolutamente nada. Todo había sucedido casi de inmediato.

De nuevo, se quedó ahí sin sentir absolutamente nada, no sabía si moverse o no, así es que optó por mirar su imagen semaforizada en las pantallas; no había pasado mucho tiempo cuando ambas secciones naranjas se tornaron verdes y no pudo dejar de emitir un suspiro de alivio.

Si tan sólo todo fuera tan sencillo; se remontó a su infancia, de nuevo con el Dr. Castro, y volvió a revivir su experiencia aquella de la inyección, recordó que su madre estaba muy preocupada porque la fiebre no cedía, ya le habían dado varios medicamentos, unos a cucharadas y otros en pequeñas pastillas que él tuvo que masticar porque no podía tragarlas enteras, nunca lo pudo hacer cuando niño, y se tenía que aguantar el sabor amargo y horrible de las pastillas trituradas; su madre acostumbraba darle luego una cucharada de miel de abeja para que se le quitara el mal sabor, y además le decía que era muy buena para su salud porque incrementaba sus defensas. Como quiera, esa vez nada había surtido efecto, así es que habían ido de nuevo con el Dr. Castro; les dijo lo mismo, que era un virus que andaba por ahí y que todo mundo parecía que le había dado alojamiento porque todos estaban enfermos con los mismos síntomas. Ahora lo recordaba muy bien, un virus solamente, pero no dijo cuál ni exactamente de qué se trataba, así es que para ir sobre seguro, le puso aquella inyección en la nalga; no había sido como la de hoy, esa sí que la había sentido, le había dolido y así lo hizo saber apretando el músculo mientras gritaba sorprendido por el dolor. Fue la primera y la última. Después de esa nadie lo pudo convencer de aplicarse otra, así se estuviera muriendo.

       – Listo, ya está.

La voz del técnico lo sacó de su pensamiento y lo ubicó de nuevo en la sala, y se sorprendió de nuevo al caer en cuenta que era consultorio, sala de espera, laboratorio de análisis y hasta quirófano al mismo tiempo; sonrió nomás de imaginar al Dr. Castro haciendo su consulta en ella.

       – Gracias, ¿qué sigue? ¿qué hay que hacer ahora?

       – Nada especial, sólo siga su rutina de siempre y no olvide acudir a su próxima cita, ya se la hemos programado y su asistente le avisará oportunamente. Que tenga un buen día.

Después, cuando iba de regreso a casa, su asistente le informó que esa pistola tenía varias decenas de agujas muy, muy delgaditas con las que había inyectado un segundo ejército de nanobots directamente a su torrente sanguíneo. En ese ejército iban dos tipos de soldados, unos que limpiaron las paredes de las arterias y otros que pusieron fuera de circulación a las células del corazón que ya no funcionaban, digamos que las habían jubilado prematuramente y habían dejado únicamente funcionando a las que aún podían trabajar. Todo ello con precisión nanométrica. Ambos tipos de nanobots tenían también la capacidad de revisar el trabajo realizado, es decir, habían vuelto a correr las rutinas de diagnóstico para asegurarse que todo se había llevado a cabo conforme a la programación y que no había surgido nada anormal durante el procedimiento.

– Es muy fácil y muy seguro. No tienes nada que temer, ya has quedado arreglado. Me han pasado unos nuevos ejercicios para tu rutina diaria, no es nada pesado ni muy cambiado, apenas un par de ajustes, sobre todo  en los de cardio; también vamos a cambiar un poco el contenido de grasas en tu alimentación, pero ni lo vas a notar.

Esa noche, mientras se quedaba dormido no podía dejar de pensar en que su cuerpo estaba lleno de esos bichos; se los imaginaba comiéndose las paredes de sus venas, arrancándole pedazo tras pedazo, les veía con una cara amorfa, como pequeñas arañitas que se desplazaban por su torrente sanguíneo engullendo todo lo que encontraban a su paso; aguantaba la respiración con el afán de escucharlos en su interior, de sentirlos caminando dentro de sí mismo, pero sólo escuchaba su propio corazón bombeando vida con cada pulsación. Se le apareció la cara del Dr. Castro y deseó con todas sus fuerzas, despertar de su sueño lo más rápido posible.

Graciela, a su lado dormía tranquila. La cena había estado perfecta, el nuevo restaurant había ganado nuevos clientes. La vida seguía, y el nuevo día sería mejor.

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