Esperé a que el avión llegara a los diez mil pies de altura y nos dejaran ya levantarnos más o menos libres, el Choby y su familia habían quedado en la parte de atrás del avión, a lo mejor ese fue su castigo por el sobre peso de equipaje, y yo seguía con la idea de conseguir el autógrafo, así es que me levanté y fui de nuevo directo a él, esta vez le dije a la primera que el Óscar nos había presentado y que él era el que me había dicho que ese cabrón sí sabía actuar, así le dije, saboreé lo de cabrón porque me había hecho pasar una vergüenza dioquis allá abajo; él me dejó hablar hasta que terminé, ya para entonces medio avión tenía puestos la oreja y los ojos sobre nosotros, se levantó despacio y me empujó levemente para que le diera espacio en el pasillo y me espetó sin previo aviso
– ¿Quién se cree usted para decirme cabrón? ¡Y enfrente de mi esposa y de mi hija! ¡Ya le dije que no soy ese tal Choby! Y francamente ya me tienen hasta la coronilla con eso, entiéndalo bien, yo no soy quién usted cree que soy. ¡Déjeme en paz!
¡Cómo quise que fuera una serie de televisión y ahora pusieran los anuncios! No había manera de desaparecer, algunos viajeros habían apenas contenido su risa y se revolvían en sus asientos, otros estaban igual de sonrojados que yo padeciendo vergüenza ajena. Y yo de nuevo como un completo baboso a medio pasillo con mi libro abierto en una mano y una pluma en la otra. Los dejé caer y me di la media vuelta a esconderme allá pegado a la ventanilla de la fila 7, y no volví a saber de mí hasta que el tren de aterrizaje tocó tierra de nuevo.
Había estado tratando de hacerme invisible, cerré mis ojos y mis oídos a todo y rumié en soliloquio mi pena, le di vueltas y vueltas a todo el asunto y cada vez me convencía más de lo estúpido que había sido, y en eso estaba cuando una mano me tocó el hombro y detrás de ella el hombre sonriente y pleno que me ofrecía un libro firmado y un abrazo mientras me decía a viva voz para que todos lo escucharan:
– Tenía razón el Óscar, ¡este cabrón sí sabe actuar!