Hace algunos años, cuando la región estaba en la coyuntura de decidir entre un acueducto que trajera agua desde otro lado, o una desaladora que la obtuviera directamente del mar que tenemos muy cerca, yo, obvio que desde mi ignorancia en la materia, opiné que la desalodora sería mucho mejor que un acueducto. Los costos que se sabían eran más o menos similares, por un lado, la tecnología de desalación no era poca cosa, pero los kilómetros de tubería para transportarla eran mucho menos que los del acueducto. En términos de energía las cosas estaban más o menos parejas según recuerdo.
Los especialistas, tanto en economía y finanzas, como en hidrología y construcción tenían razones de peso para apoyar una o la otra. Yo también, pero ninguna relacionada con las especialidades involucradas. Para mí una obra de tales magnitudes debe de tener valores agregados considerables, no solo resolver la problemática que la origina, sino además poder generar y aprovechar nuevas oportunidades. Innovación le dicen.
En el caso del acueducto, el efecto económico positivo era la creación de empleos, temporales, eso sí, en su construcción, y claro, la riqueza generada en las empresas contratadas; en el caso de la desaladora la cosa era más o menos la misma, pero eso solo durante su construcción, porque donde estaba la diferencia es precisamente en lo que viene después. Cuando una empresa constructora, y todos los trabajadores asociados al proyecto, construye un acueducto, poca cosa aprende, es decir, es más de lo mismo que se ha hecho, en mayor o menos escala, y por ello, una vez terminada la obra, solo podrán seguir haciendo lo mismo. No hay ni nuevas técnicas, ni nuevas tecnologías, ni nuevos materiales que permitan que se abran nuevas líneas de negocio. No, el aprendizaje es muy limitado, y casi siempre dentro de una misma especialidad que ya se tiene, y supuestamente se domina.
En el caso de la desaladora, el conocimiento regional al respecto tendría que partir prácticamente de cero, los involucrados tendrían que ir conociendo, aplicando y después apropiándose de nuevas técnicas, nuevas tecnologías, nuevos materiales y nuevos procesos; este conocimiento vale más que el proyecto mismo puesto que habilita a las empresas, gobiernos, trabajadores y ciudadanos comunes para hacer cosas que antes no habían podido, es decir, les da la posibilidad de generar nuevas oportunidades y aprovecharlas.
El desarrollo económico de una región no puede estar limitado a hacer cada vez más y mejor lo que ya se domina, estamos obligados a intentar realizar cambios de estrategias, de tecnologías, de procesos y materiales que nos permitan aprender; sí, el aprendizaje es una de las herramientas fundamentales de la innovación, y la innovación es quizá la mejor ruta de desarrollo económico para las regiones en la actualidad.
En ese entonces la situación precaria de suministro de agua nos puso en ese predicamento, y escogimos mal; ahora estamos ante varios escenarios similares, en la generación de energía, en infraestructura de transporte y logística, en la generación de empleos, en inseguridad, en educación. En todos los casos parece que estamos volviendo a escoger mal, el dicho de más vale malo por conocido que bueno por conocer nos impide ver que el aprendizaje no puede ser ignorado, es vital que le demos el valor real que tiene para hacernos más competitivos. Por ejemplo, escogemos carbón y petróleo como fuentes de generación de energía en vez de volcarnos a las renovables; escogemos hacer un seudo aeropuerto en vez de terminar uno de vanguardia; escogemos subsidiar seudo empleos vía becas en vez de incentivar la creación de nuevas empresas; escogemos no hacer nada o sacar pistolas más grandes para combatir la inseguridad, en vez de combatirla financieramente; escogemos modelos fallidos y obsoletos para educar a nuestros hijos en vez de aquellos flexibles y modernos que nos harían tener a nuestro talento listo para acometer cualquier empresa.
En todos estos casos, la diferencia de la derrama y apropiación de conocimiento entre unas opciones y las otras no solo es evidente, sino abismal. Parece ser que la apuesta que queremos hacer es la segura, y sí, tienen razón, es una apuesta segura puesto que de seguro nos va a llevar a más atraso, más desigualdad, menos competitividad y menos bienestar. Yo prefiero siempre correr el riesgo de aprender para generar nuevas y mejores oportunidades.