Conozco estudiantes de carreras de alta tecnología, son chicos que han estado construyendo su portafolio de habilidades con sumo cuidado y dedicación; certificaciones internacionales, trabajos durante vacaciones, buenas calificaciones, grupos estudiantiles, hablan varios idiomas, han hecho estudios de intercambio en el extranjero, etcétera. Muchos de ellos forman parte de esa que alguien llamó la cultura del esfuerzo, les ha costado mucho más que a otros, muchas veces saliendo de la casa familiar y hasta de la ciudad, trabajando para mantenerse mientras estudian, buscando y generando su propia experiencia laboral, haciendo cosas por aquí y por allá.


Llegan al momento en sus estudios en donde hay que realizar prácticas profesionales, y, ¿qué creen? Pues que les resulta MUY difícil encontrar espacios y empresas en donde realizarlas Los motivos son multifactoriales, por supuesto; por ejemplo, no hay muchas empresas de alta tecnología en el país, eso limita las posibilidades; luego está el tema de las plazas, no existe una cultura verdadera de tomar a estos chicos bajo el brazo y ayudarlos con el fin de desarrollarlos para un futuro, ya sea en la misma empresa o en otra, nadie sabe para quien trabaja, temen, sin darse cuenta que muy bien puede ser beneficioso alimentar el ecosistema que produce riqueza en este país; luego está el entorno económico y social, que en términos empresariales y de proyectos tecnológicos es, por decir lo menos, incierto. No comprenden cómo sus méritos no tienen recompensa, por lo menos eco suficiente para ocupar una plaza digna en una empresa que les permita desarrollar sus prácticas profesionales, pero haciendo algo relacionado con su carrera, con sus habilidades, y no como simple mano de obra, o de «corre-ve-y-tráeme». Esa cultura del esfuerzo, no está conectada aún a la cultura de la meritocracia.

Es de verdad algo triste mirar sus ojos decepcionados y con esa tonalidad mate, sin brillo alguno, que solo otorga la frustración de ver cómo su esfuerzo tendrá que redoblarse, luchar para que las cosas sucedan a pesar de, y no gracias a. ¿Qué es lo que uno puede decirles?

¿Que estamos mejorando? ¿Que siempre ha sido así? ¿Que acepten cualquier espacio para que les firmen el papelito y así terminar con el trámite de una vez? ¿Qué les decimos? ¿Que el mundo será de ellos, pero todavía no, que estamos ocupados en una constante discusión de yo sí, pero tú no? ¿Que para eso estamos en el eterno chismorreo político y del entretenimiento por doquier?

Esta historia se repite miles de veces a lo largo y ancho de #México, para colmo de males, si la estudiante es mujer, o indígena, o con alguna discapacidad, sus posibilidades son aún mucho más reducidas. Este es el país de todos los días, no ese de las rifas, menos el de las mañaneras, y tampoco el de los programas de opinión en la televisión. ¿Qué haremos cuando estos chicos y chicas encuentren su lugar en otro país?

¿Qué haremos cuando saquen su pasaporte por última vez para irse y ya nunca volver? Este es el éxodo de los sueños; y por desgracia, no viene solo; junto al éxodo de personas y sueños, tenemos también el éxodo de talento, de esperanzas, de proyectos, de manos, de emociones. El éxodo de sueños se lleva con él el futuro exitoso del país, dejándonos apenas una incierta fe en que podemos mejorar, pero también la cruel certeza de que hasta el momento, el marcador no está a nuestro favor, y el equipo estrella se ha ido a jugar a otra liga.